La Natividad del Señor

Señor misericordioso,

Permite que tu bondad nos sea revelada por sí misma,

que nosotros, hechos a tu imagen,

podamos conformarnos a ella.

Nosotros no podemos imaginar tu majestad, tu poder y tus maravillas

por nosotros mismos; ni es propio de nosotros el tratar.

Pero tu bondad y misericordia nos alcanzan desde los cielos,

a través de las nubes, hasta debajo de la tierra

para mostrarnos los frutos de tu encarnación.

Tú has venido a nosotros como un pequeño niño,

pero nos has traído el más grande de los dones,

el don de tu eterno amor.

Acarícianos con tus diminutas manos,

abrázanos con tus pequeños brazos,

y ablanda nuestros corazones con tu tierna voz

para que podamos responder como humildes corresponsables

de tu activa presencia en el mundo.

Nosotros te lo pedimos a través de Cristo, tu Hijo

quien vive y reina contigo y con

el Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

Adaptada de una oración escrita por San Bernardo de Clairvaux

 

Lucas 2:15-20

Cuando los ángeles los dejaron para volver al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: “Vayamos hasta Belén, para ver eso que el Señor nos ha anunciado”.

Se fueron, pues, a toda prisa y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados.

María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.

 

 

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